Книга: Invierno en Madrid
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El taxi se abrió tortuosamente camino a través de Carabanchel. Se había producido un corte de electricidad y las calles estaban oscuras como la boca del lobo, excepto la pálida luz de las velas que brillaba en las ventanas de los altos bloques de apartamentos. El vehículo avanzaba a sacudidas sobre las accidentadas calzadas cubiertas de nieve. Un carro detenido junto al bordillo apareció ante los globos gemelos de los faros delanteros mientras el taxista se desviaba bruscamente para esquivarlo.
– ¡Mierda! -murmuró el hombre-. Esto es como un viaje al infierno, señor.
Cuando Harry lo había parado en la Puerta del Sol, el taxista se había negado a llevarlo a Carabanchel en mitad de un corte de electricidad. Al caer la noche, cesó la nevada y salió la luna; sin la luz de las farolas y con sólo el débil resplandor de las velas en las ventanas, era como circular a través de las ruinas de una ciudad muerta y abandonada a los elementos.

 

Aquella mañana, Harry había sido llamado al despacho de Tolhurst. El corte de electricidad había afectado a la calefacción central y la regordeta figura de Tolhurst aparecía envuelta de nuevo en unos gruesos jerséis.
– Forsyth ya ha llamado -le dijo éste-. Debe de estar interesado.
– Muy bien. -«Hecho», pensó Harry, «misión cumplida». -Nos gustaría que estuvieras presente cuando lo entrevistemos.
– ¿Cómo? -Harry frunció el entrecejo-. ¿Es necesario?
– Creemos que podría ayudar. Es más, nos gustaría que la reunión tuviera lugar en tu apartamento.
– Yo creía que eso era todo, por lo que a mí respecta.
– Y lo será. Esto es lo último. Sé que estás deseando dejarlo. -El tono de Tolhurst era de reproche y casi de ofensa-. El capitán dice que después ya te podrás ir, probablemente habrá plaza para ti en el avión que lleva a la gente a casa por Navidad. Pero cree que Forsyth estaría más dispuesto a aceptar en tu territorio. A veces estos pequeños detalles pueden influir, ¿sabes? Y, en caso de que negara haberte dicho alguna cosa, tú estarías presente para contradecirlo.
Harry se puso furioso y notó que se le hacía un apretado nudo en el estómago.
– Eso será muy humillante. Para él y para mí. Por lo menos, que sea en tu despacho, no nos obligues a echarnos mutuamente en cara ciertas cosas.
Tolhurst meneó la cabeza.
– Lo lamento, órdenes del capitán. -Harry guardó silencio. Tolhurst lo miró con tristeza-. Siento que las cosas no hayan salido todo lo bien que esperábamos. Es lo malo de esta clase de trabajo: una palabra fuera de lugar, y estás hundido.
– Lo sé. -Harry lo estudió-. Oye, Tolly, tú sabes que he estado saliendo con esta chica, ¿verdad?
– Sí.
– Quiero casarme con ella. Y llevármela a Inglaterra.
Tolhurst arqueó las cejas.
– ¿A esta pequeña lechera?
Harry se enfureció. Pero tenía que intentar que Tolhurst se pusiera de su parte. Procuró que se le calmara la voz.
– Ha accedido a casarse conmigo.
Tolhurst arrugó la frente.
– No sé qué decirte, ¿estás seguro de lo que haces? Si te la llevas a Inglaterra, tendrás que cargar con ella para siempre. -Se rascó la barbilla-. No la habrás metido en algún lío, ¿verdad?
– No. Aunque hay un niño que ella y su hermano han estado cuidando, un huérfano de guerra. Nos gustaría llevárnoslo.
Tolhurst miró a Harry con cara de lechuza sabionda.
– Bueno, ya sé que las cosas no han sido fáciles para ti, pero ¿te parece el momento apropiado para tomar decisiones de este calibre? Si no te importa que te lo diga.
– Mira, Tolly, es lo que yo quiero. ¿Me puedes ayudar? Con los de inmigración, quiero decir.
– No sé. Tendré que hablar con el capitán.
– ¿Lo harás? Por favor, Simón, sé que sería una gran responsabilidad; pero es lo que yo quiero, ¿comprendes?
Tolhurst volvió a acariciarse la barbilla.
– ¿Tienen la chica o su hermano algún tipo de simpatía política?
– No, son contrarios al régimen, pero eso no tiene nada de extraño.
– En esta clase de personas, no. -Tolhurst tamborileó con los dedos sobre el escritorio.
– Si pudieras hacer todo lo posible, Tolly, te estaría eternamente agradecido.
Tolhurst lo miró complacido.
– De acuerdo. Lo intentaré.

 

Harry y Sofía habían acordado que él acudiría a cenar al apartamento de Carabanchel y entonces les comunicarían sus planes a Paco y Enrique. Cuando el taxi lo dejó finalmente ante el edificio de Sofía, Harry abrió la puerta con la llave que ella le había dado. Subió con cuidado por la escalera, que estaba a oscuras; no se veía nada y tuvo que encender una cerilla. Éste había sido uno de los consejos de Tolhurst. Llevar siempre cerillas por si hubiera cortes de electricidad.
Llamó y, cuando Sofía le abrió, una pálida luz inundó el rellano. Se había puesto el vestido que llevaba la noche en que habían ido al teatro. A su espalda, había velas en todos los rincones de la estancia; la suave luz ocultaba las manchas de humedad de las paredes y el desastroso estado de los maltrechos muebles. La cama de su madre seguía donde siempre, empujada contra la pared. Harry se inclinó hacia delante y la besó. Parecía cansada.
– Hola -le dijo ella en un susurro.
– ¿Dónde están Paco y Enrique?
– Han salido por un poco de café. No tardarán en volver.
– ¿Saben algo de lo nuestro?
– Paco ha adivinado que algo ocurre. Ven, quítate el abrigo.
La cama de su madre estaba cubierta con una colcha de retazos limpia, y la mesa, con un mantel blanco. El brasero llevaba un buen rato encendido y la estancia estaba bien caldeada. Se sentaron en la cama, el uno al lado del otro. Harry le dijo a Sofía que había hablado con un compañero acerca de la cuestión de los visados.
– Creo que hará todo lo que pueda. Podría ser antes de Navidad.
– ¿Tan pronto?
Harry asintió con la cabeza, y ella meneó la suya.
– Será muy duro para Enrique.
– Le podemos enviar dinero. De esta manera, por lo menos, podrá conservar el apartamento. -Harry le tomó la mano entre las suyas-. ¿Estás segura de lo que haces?
– Sí. -Sofía lo miró-. ¿Y qué hay de ese trabajo tuyo del que me hablaste? ¿Ya está a punto de terminar?
– Sí. Pero ¿tú no crees que sería mejor esperar a que tengamos la certeza de que podemos hacerlo antes de decírselo?
Sofía meneó enérgicamente la cabeza.
– No. No podemos esperar a decírselo en el último momento, cuando ya estemos a punto de irnos. Tienen que saber ahora lo que queremos hacer.
– Me alegro.
Se oyeron unas pisadas en la escalera. Entró Enrique con Paco. Parecía cansado; en cambio, Paco a su lado mostraba un insólito arrebol en las mejillas. Enrique le estrechó la mano a Harry.
– Buenas tardes. Madre de Dios, menudo frío hace hoy. -Se volvió hacia Sofía-. Mira, hemos encontrado un poco de café. Algo es algo. -Con una insólita sonrisa en los labios, Paco se sacó un frasco de extracto de achicoria de debajo del abrigo y lo sostuvo en alto como si fuera un trofeo.
Sofía preparó la cena. Garbanzos con chorizo. Comieron juntos sentados alrededor de la mesa, mientras Enrique comentaba su trabajo como barrendero encargado de retirar la nieve y hablaba de las mujeres ricas que se empeñaban en lucir zapatos de tacón a pesar de la nieve y se pegaban a cada momento unos morrones impresionantes. Cuando terminaron de comer, Sofía apartó su plato a un lado y tomó la mano de Harry.
– Tenemos algo que deciros.
Enrique los miró, perplejo. Paco, cuya cabeza a duras penas rebasaba el nivel de la mesa, frunció el entrecejo con semblante preocupado.
– Le he pedido a Sofía que se case conmigo -dijo Harry-. Pronto regresaré a Inglaterra y Sofía me ha dicho que vendrá conmigo, siempre y cuando nos llevemos a Paco.
A Enrique se le aflojó la cara. Miró a Sofía.
– ¿Y yo me quedaré aquí solo? -Después se encogió de hombros e hizo un esfuerzo por sonreír-. Bueno, ¿qué iba a hacer yo en Inglaterra? Apenas sé leer y escribir. Tú siempre fuiste la inteligente.
Paco los había estado mirando a uno y a otro. Al oír las palabras de Enrique, su rostro se puso tenso.
– ¡No! ¡No! ¡Yo no quiero dejar a Enrique, no! -Se abrazó al cuello de Enrique y hundió el rostro en su hombro, mientras de su boca salían unos desesperados gritos de protesta. Enrique lo levantó.
– Me lo llevo a la cocina -dijo, sujetándolo y retirándose con él de la estancia.
Mientras se cerraba la puerta de la cocina, Sofía lanzó un suspiro.
– Enrique es muy valiente. Ahora esto, justo después de lo de mamá.
Harry le tomó la mano y la apartó de su rostro.
– Cuando estemos bien instalados, quizá podríamos conseguir que se reuniera con nosotros… -Interrumpió la frase al oír una insistente llamada a la puerta. Sofía se levantó con semblante cansado.
– Como sea otra vez la señora Ávila… -Se encaminó hacia la puerta y la abrió de par en par.
Era Barbara. Su rostro estaba muy pálido y había estado llorando.
– ¿Estás bien? -preguntó bruscamente Harry-. ¿Qué ha ocurrido?
– ¿Puedo entrar? ¡Por favor! Fui a tu apartamento y después pensé que, a lo mejor, estarías aquí. Perdonad, es que no tenía ningún otro sitio adonde ir. -Parecía desesperada y asustada.
Sofía la miró un momento y después tomó su mano.
– Pase. -La acompañó a una silla y Barbara se dejó caer pesadamente en ella.
– Toma un poco de vino -le dijo Harry-. Tienes cara de estar helada.
– Gracias. Lo siento, ¿estabais cenando?
– Ya hemos terminado -dijo Sofía-. Paco está disgustado y Enrique se lo ha llevado un momento a la cocina.
Barbara se mordió el labio.
– Mejor que no se entere de por qué he venido. -Sacó una cajetilla del bolso, se la ofreció a Sofía y encendió un pitillo. Después, lanzó un suspiro de alivio-. Es bueno estar con amigos. No tenéis ni idea.
– ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estás tan alterada?
Barbara juntó fuertemente las manos sobre la mesa y respiró hondo.
– Tú ya sabes que Sandy y yo no nos llevamos muy bien últimamente. Y sabes que he estado hablando de la posibilidad de volver a casa.
– Sí.
Barbara tragó saliva.
– Hace poco oí una conversación telefónica que él mantenía en su estudio. Fue por casualidad. No estaba escuchando furtivamente, pero lo que él decía me sonó muy raro. Hablaba con alguien acerca de tus inversiones; después, preguntó a la persona del otro extremo de la línea qué le había hecho a un hombre… -Barbara se estremeció-… y dijo que éste aguantaba mucho. No me lo podía quitar de la cabeza. Mencionaron un nombre. Un tal Gómez. -Harry abrió los ojos como platos mientras Barbara se sacaba del bolso un ejemplar del Ya-. Y anteayer por la tarde veo esto. -Sofía se inclinó hacia delante para leer la información. Harry se reclinó en su asiento y miró a Barbara, mientras la cabeza le daba vertiginosas vueltas.
Sofía levantó la vista.
– ¿Estás diciendo que guarda relación? -preguntó en tono apremiante.
Se abrió la puerta de la cocina y Enrique asomó la cabeza con semblante inquisitivo. Sofía se levantó y entró en la cocina con él. Barbara permaneció hundida en su asiento, mientras Harry la miraba. Sofía regresó.
– Les he pedido que se queden en la cocina. -Volvió a sentarse-. Señora Barbara, ¿está segura de lo que dice? La veo… usted me perdonará… muy alterada.
Barbara meneó enérgicamente la cabeza.
– Todo coincide. -Barbara levantó la voz-. Sandy está implicado en la tortura y el asesinato de un hombre. Cuando leí el periódico, no quise volver a casa. Pero me obligué a hacerlo. Le dije que me dolía mucho la cabeza y que me tenía que ir a la cama. Ahora ni siquiera soporto hablar con él. -Por un instante, todo su cuerpo se estremeció-. Lo oí reírse en el pasillo con la chica, se acuesta con ella. Tuve un miedo tan grande tumbada allí en la cama, jamás en mi vida he estado tan asustada. Hoy he salido muy de mañana para ir al hospital militar; pero después… no me he sentido con ánimos de regresar a casa. Debería hacerlo, lo sé, pero simplemente no pude.
– Barbara -dijo Harry en tono pausado. Carraspeó porque, por un instante, no le salió la voz-. Lo sé todo.
– ¿Cómo? -Barbara lo miró sin saber qué decir. Sofía clavó los ojos en él.
Harry apoyó las manos sobre la mesa.
– Trabajo en el servicio secreto. Soy un espía. Yo soy el culpable de la muerte de este hombre.
Barbara lo miró con horror y estupefacción.
– Me dijiste que lo que hacías no era peligroso -dijo Sofía en un tono más duro y cortante que un látigo.
– Jamás habría querido hacerlo. Jamás.
Se lo contó todo a las dos. Su reclutamiento en Londres, sus reuniones con Sandy, su visita a la mina, el error que le había costado la vida a Gómez. Ellas lo escucharon en horrorizado silencio. Desde la cocina, se oían los ocasionales sollozos de Paco y los tranquilizadores murmullos de Enrique.
– ¿Una mina de oro? -preguntó Barbara, en cuanto él terminó su relato. Lo miró a los ojos-. Eres un cabrón, Harry. -No levantó la voz, habló más bien en un triste susurro-. Te has pasado estos dos últimos meses viniendo a cenar a casa o reuniéndote a almorzar conmigo, cuando en realidad no dejabas de espiar a Sandy. ¡Y, probablemente, también a mí!
– ¡No! No, cuando vine a España, no tenía ni idea de que tú estabas con él. No soportaba engañarte y, si quieres que te diga la verdad, no soportaba todo este asunto. ¡No lo soportaba! -dijo en voz tan alta y amargada que Sofía lo miró con asombro.
– ¿Pues qué me dices del peligro que yo corría? -prosiguió diciendo Barbara-. ¡Tú sabías lo de Gómez y no me advertiste!
– No lo supe con certeza hasta el viernes. Pero te dije que era mejor que volvieras a Inglaterra.
– ¡Gracias, Harry, muchísimas gracias! -Barbara se quitó las gafas y se pasó las manos por el rostro-. Oí mencionar tu nombre cuando escuché sin querer a Sandy hablando por teléfono. Jamás habría imaginado que pudieras estar implicado en un asesinato. Y, resulta que, durante todo este maldito tiempo, actuabas como espía.
Harry miró a Sofía. Ésta mantenía el rostro apartado.
– Ya todo ha terminado, te suplico que me creas, por favor. Mira, me han echado por lo de Gómez. Y yo me alegro. -Respiró hondo-. Ahora están tratando de contratar a Sandy. -Contemplando los escandalizados rostros de ambas mujeres, pensó: «¡Dios mío!, pero ¿qué les he hecho?»
Sofía lo volvió a mirar.
– Ese tal Gómez estuvo en Toledo, donde por las calles corría la roja sangre republicana y donde los moros cortaban cabezas como trofeos. No tienes que lamentar la muerte de un hombre como ése. -Barbara se volvió para mirarla. Estaba escandalizada. Sofía la miró a los ojos-.
Tendría que regresar a Inglaterra, señora, lejos de aquí. Podría alojarse en un hotel hasta que consiguiera pasaje para un barco o un avión. -Sofía miró a Harry-. Nosotros la vamos a ayudar, ¿verdad, Harry?
– Sí, claro. -Harry asintió enérgicamente con la cabeza, alegrándose de aquel «nosotros»-. Sofía tiene razón, Barbara, tendrías que regresar a casa cuanto antes.
– ¿Acaso crees que no lo sé? -Para asombro de Harry, Barbara soltó una carcajada áspera y amarga-. Pero, de momento, no puedo volver a casa. ¡Dios mío! Tú no sabes de la misa la media.
Algo en el tono de su voz dejó helado a Harry.
– ¿Qué quieres decir?
Barbara respiró hondo y echó los hombros hacia atrás.
– No sabes lo de Bernie. Bernie está vivo. Está en un campo de trabajo cerca de Cuenca y yo estoy implicada en un plan con un ex guardia aquí, en Madrid, para sacarlo. Para rescatarlo. El sábado que viene, dentro de seis días. -Barbara hizo una pausa y miró a Harry-. Ahora te toca a ti escandalizarte, ¿verdad?
Harry se había quedado boquiabierto. Barbara volvió a reírse con aquel tono estridente e histérico que él ya le había oído anteriormente. Harry tuvo una visión de Bernie caminando entre risas por una calle de Madrid, con sus ojos verdes rebosantes de entusiasmo y picardía.
Sofía parecía perpleja.
– ¿Quién es Bernie? ¿Se refiere a aquel amigo tuyo que vino a combatir aquí?
– Sí. -Harry miró a Barbara a los ojos-. Dios mío, ¿es eso cierto?
– Vaya si lo es.
Sofía lo miraba con sus grandes ojos castaños llenos de emoción. «Maldita sea -pensó Harry-, lo he estropeado todo. Ahora no me perdonará mi manera de tratar a Barbara.»
– Eso es lo que hay -terminó diciendo Barbara-. Tengo que quedarme aquí hasta el sábado.
– Pero, aun así, podría dejar a este hombre -le dijo Sofía.
– No. Me buscaría, no me soltaría así, sin más. Se armaría un alboroto tremendo. Él no tiene que saberlo. -Apretó los labios-. Como se entere, es capaz de conseguir que sus amigos le hagan algo a Bernie, por despecho.
– ¿Y si usted encontrara a alguien que pudiera ir a Cuenca? -Sofía miró inquisitivamente a Harry-. ¿Nosotros, quizá?
Barbara la miró sorprendida.
– ¿Por qué ibas a correr este peligro? -dijo Barbara, pasando al tuteo.
– Porque significaría ayudar a alguien que luchó por nosotros. Y sería hacer algo contra estos miserables que ahora nos gobiernan. -Sofía miró a Harry-. Yo mantengo mis lealtades. Son importantes.
– No daría resultado -dijo Barbara-. Si apareciera un desconocido para reunirse con Luis, el ex guardia, éste echaría a correr; y bastante nervioso está ya. -Les reveló el plan, desde su primera entrevista con el periodista, en octubre. Ellos la escucharon en silencio. Al final, Barbara dijo en voz baja-: No, tendré que regresar junto a Sandy. Fingiré estar enferma, diré que tengo la gripe y pediré una habitación separada. A él le dará igual; seguramente, meterá a la chica en nuestra cama.
– Esta semana va a ser muy dura -dijo Harry-. Tener que fingir constantemente con Sandy.
– ¡Bien lo sabes tú! -contestó Barbara en tono airado-. Casi me da pena, ver cómo lo habéis tratado. -Lanzó un suspiro y se sostuvo la cabeza con las manos-. No, me equivoco -añadió más tranquila-. El se lo buscó -dijo, levantando la vista-. Creo que lo podré resistir, si con ello consigo sacar a Bernie de allí. -Volvió a mirar el periódico-. Fue la impresión que me llevé al enterarme de lo de este hombre, no me lo he podido quitar de la cabeza.
Sofía contemplaba las fotografías de la pared de su madre y su padre y de su tío, el cura.
– No tendrías que ir sola a Cuenca -le dijo-. Una extranjera sola llamará la atención. Es una ciudad muy apartada.
– ¿La conoces?
– Estuve allí muchas veces de niña. Nosotros somos de Tarancón, que está al otro lado de la provincia; pero tenía un tío allí. No tendrías que ir sola -repitió.
Barbara lanzó un suspiro.
– Ni siquiera tengo coche para ir, a no ser que me pueda llevar el de Sandy. Éste es el otro inconveniente.
– Ahí yo te podría echar una mano -dijo Harry-. Podría sacar un vehículo de la embajada.
– ¿Y eso no va contra las normas?
Harry se encogió de hombros. No le importaba. Si Bernie estuviera vivo…
Sofía se inclinó hacia delante.
– Harry y yo te podríamos llevar. Sí, seguro que daría resultado. Harry podría ser un diplomático que acompaña a dos amigas a una excursión. Un vehículo con matrícula diplomática.
Sofía lo miró. El corazón de Harry empezó a latir con fuerza. Pensó que aquello era una locura. Si los pillaban, Sofía se quedaba sin poder salir de España. A él y a Barbara los podrían expulsar, pero Sofía… La miró. Adivinó que ella quería que dijera que sí para redimirse. Y, en caso de que Bernie estuviera vivo, de que consiguieran sacarlo de allí… Se volvió para mirar a Barbara.
– ¿Estás segura de que Luis sabe lo que tiene entre manos?
– Claro que lo estoy -contestó Barbara con impaciencia-. ¿Crees que no lo he puesto todo en duda durante estas últimas semanas? Luis no es tonto, él y su hermano lo han preparado todo minuciosamente.
– Muy bien, pues -dijo Harry-, iré contigo. Pero tú no, Sofía; tienes demasiado que perder.
Barbara se sorprendió.
– ¿Y si la embajada se enterara? Te podrías meter en un buen lío, ¿verdad? Sobre todo, teniendo en cuenta… lo que has estado haciendo hasta ahora.
Harry respiró hondo.
– Que se vayan todos al carajo. Tú tienes razón, Sofía, en eso que has dicho acerca de la lealtad. Tú me has ayudado a perder muchas de mis viejas lealtades, ¿lo sabías?
La cólera se encendió en los ojos de Sofía.
– Las tenías que perder.
– Supongo que mi lealtad a Bernie es la más antigua de todas. -Harry meneó la cabeza-. Había oído rumores acerca de estos campos secretos.
Barbara fruncía el entrecejo por la concentración.
– Podríamos traer a Bernie en coche y dejarlo en una cabina telefónica cerca de la embajada. Entonces ellos enviarían a alguien a recogerlo, ¿verdad?
Harry lo pensó un momento.
– Sí, lo harían.
– El podría decir que un conductor lo había recogido en Cuenca y nadie tendría que saber que tú participaste en su rescate.
– Sí. Sí, podría dar resultado. -Harry lanzó un suspiro. Se enfrentaba con la posibilidad de perderlo todo, pero tenía que hacerlo. Por Sofía. Y por Bernie. Bernie, vivo…
– Yo también iré -dijo Sofía con determinación-. Os serviré de guía.
– No -dijo Harry, apoyando una mano en su brazo-. No, no debes hacerlo.
– Escúchame, Harry, será mucho menos peligroso si vamos todos juntos. Te lo digo yo, que conozco la ciudad. Podremos ir directamente adonde tenemos que ir sin consultar planos ni llamar la atención. -Sofía, piensa-Sofía se incorporó en su asiento. Su voz sonaba tranquila, pero ahora brillaba en sus ojos un extraño fulgor.
– Me sentía culpable por el hecho de abandonar mi país. No te lo había dicho, pero así era. Ahora, en cambio, se me ofrece la oportunidad de hacer algo. Algo contra ellos.
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