Книга: Invierno en Madrid
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Tras su encuentro con Barbara y Sofía, Harry regresó a la embajada. Llamó al despacho de Sandy desde la pequeña estancia en la que había un teléfono privado a disposición de los espías. La secretaria le pasó la llamada.
– ¿Sandy? Hola, soy Harry. Mira, quisiera reunirme contigo. Hay algo que me gustaría comentarte.
Percibió un tono de impaciencia en la voz de Sandy.
– Es que estoy muy ocupado, Harry. ¿Qué te parece después del fin de semana?
– Es un poco urgente.
– De acuerdo. Mañana es sábado, pero yo vendré al despacho. Me reuniré contigo en el café. -Harry captó un suspiro inmediatamente reprimido-. ¿A las tres en punto?
– Gracias.
A continuación, Harry se dirigió al registro con la intención de averiguar detalles acerca de los visados de entrada para Gran Bretaña. Al regresar a su despacho, Tolhurst lo esperaba apoyado en su escritorio, leyendo un ejemplar del Ya.
– Hola, Harry. -Su voz sonaba seca y preocupada.
– He llamado a Forsyth -le dijo Harry-. Mañana nos reuniremos en el café.
– Muy bien. -Tolhurst le pasó el periódico-. Tendrías que ver esto.
Harry leyó la información sobre Gómez y dejó el periódico encima del escritorio.
– O sea que lo han matado -dijo en tono sombrío.
Tolhurst asintió con la cabeza.
– Eso parece. Lo sospechábamos. Ya no hay ningún problema para reclutar a Forsyth. -Su voz sonaba fría y distante. Harry recordó su primer encuentro con él. Tolhurst, el gordito simpático. Ahora veía su otra cara.
– ¿Pese a constaros su implicación en este asunto? -preguntó.
– Presunta implicación, Harry, presunta. Y nosotros no somos la policía.
– No. Está bien, Tolly, intentaré ponerme en contacto con él.
Tolhurst sonrió.
– Buen chico -dijo, con un vestigio de su antigua cordialidad-. Por cierto, ¿qué tal va el oído?
– Bien. Creo que, en parte, era una cuestión psicológica; como las crisis de pánico. -No había vuelto a sufrir ninguna desde aquella noche en el teatro. Al parecer, el hecho de estar con Sofía lo había curado.
– Me parece estupendo -dijo Tolhurst-. Bueno, me voy volando. Que haya suerte.
Cuando Tolhurst se retiró, Harry se sentó para echar otro vistazo a la noticia y leyó lo que le habían hecho a Gómez. Pobre desgraciado. ¿Y Sandy estaría presente? No, pensó Harry con amargura. Eso se lo habría dejado a otros.

 

Sofía parecía cansada cuando llegó aquella noche a su apartamento. Tenía unas marcadas ojeras oscuras bajo los ojos.
– ¿Te encuentras bien? -le preguntó Harry mientras tomaba su abrigo.
Ella esbozó una sonrisa de niña valiente. A veces parecía muy joven.
– No quiero volver a la vaquería. Estoy harta de las vacas -dijo-. Es muy aburrido. Y no sabes cuánto aborrezco el olor de la leche.
– Siéntate. Ahora mismo sirvo la cena. He preparado un cocido.
Tenía puesto el tocadiscos y Vera Lynn cantaba When the lights go on again all over the world en tono nostálgico; pero Sofía lo siguió a la cocina y se apoyó contra la pared, contemplando cómo mezclaba el contenido de las cacerolas que había puesto a hervir en los fogones.
– Eres el primer hombre que conozco que sabe cocinar.
– Cuando uno vive solo, aprende. No hay más remedio.
Ella inclinó la cabeza.
– Te veo preocupado. ¿Tienes algún problema en el trabajo?
Harry respiró hondo.
– No. Pero, mira, tengo que decirte una cosa.
– ¿Qué? -preguntó ella, poniéndose inmediatamente en guardia. Harry comprendió que, desde hacía mucho tiempo, cualquier noticia era para ella una mala noticia.
– Espera a que nos sentemos. -Había comprado un tinto muy bueno y, en cuanto se sentaron, le llenó la copa a Sofía. La luz mortecina de la lámpara del techo iluminaba la mesa, dejando el resto de la estancia en penumbra-. Sofía -dijo-. La embajada me quiere enviar a casa.
Sofía pareció encogerse y su rostro palideció.
– Pero ¿por qué? Seguro que te necesitan, aquí nada ha cambiado, a no ser que… -respiró hondo bruscamente-. A no ser que Franco esté a punto de declarar la guerra. ¡Oh, Dios mío!, os van a evacuar a todos…
Harry levantó una mano.
– No, no es eso. Soy yo; ellos… creen que me pueden sacar mejor partido en casa.
– Harry -dijo ella en un suave susurro-. ¿Estás en apuros?
– No, lo digo en serio. Simplemente… había estado haciendo otro trabajo aparte de la traducción y ahora ya está casi terminado.
Sofía arrugó la frente.
– ¿Qué clase de trabajo?
Harry vaciló antes de contestar.
– Agente secreto. -Se mordió el labio-. Por favor, no te puedo decir nada más. Ni siquiera te lo tendría que haber dicho. Pero eso ya está a punto de terminar. Me alegro, porque lo odio.
– ¿Agente secreto contra este régimen?
– Sí.
– Muy bien. Me alegro. -Sofía respiró hondo-. ¿Y cuándo te vas?
– No estoy seguro. Puede que antes de que finalice el año. -La miró a los ojos-. Sofía, ¿vendrás conmigo? No hace falta que me contestes ahora; pero, mira, me he pasado toda la tarde pensándolo. ¿Recuerdas lo que dijo Barbara sobre los extranjeros que podían entrar en Inglaterra siempre y cuando estuvieran casados con un ciudadano británico?
Ella lo miró con la cara muy seria.
– Harry, no me pidas eso -dijo, con voz trémula-. No podría dejar aquí a Paco. Enrique puede cuidar de sí mismo, pero no de Paco. La beata se lo llevaría. -Alargó la mano y tomó la de Harry-. No me pidas que elija…
– También he estado pensando en eso. Si hubiera alguna manera de adoptar a Paco…
Ella meneó la cabeza con aire cansino.
– No puedo. Ahora es la Iglesia la que se encarga de estas cosas y jamás lo permitiría.
– No. En España, no; en Inglaterra. Si decimos que lo hemos estado cuidando desde que murieron sus padres y que nos lo podríamos llevar a Inglaterra, es posible que lo pudiéramos adoptar… Creo que hay alguna manera. Verás, si hago bien este último trabajo que tengo entre manos, me ganaré el favor de la gente de la embajada. Puede que ellos nos ayuden.
Ella lo miró fijamente a los ojos.
– ¿Es peligroso eso que estás haciendo?
– No, ¡qué va! -Harry se rió-. De verdad que no, te lo juro. Trato de sonsacar información a unos hombres de negocios. No hay ningún peligro. Olvídate de eso. ¿Qué dices, Sofía?
– ¿Y cómo estaría Paco en Inglaterra? Un idioma desconocido, las bombas. Tengo que pensar en Paco.
Harry no pudo evitar sentirse dolido por el hecho de que el niño pareciera ser más importante que él.
– Podríamos ir a Cambridge -dijo-. Allí no hay bombas. Viviríamos muy bien; en Inglaterra se puede conseguir casi todo si tienes dinero. Y yo tengo lo suficiente. Paco estaría a salvo, ya no habría más llamadas a la puerta. Luego intentaría sacar también a Enrique, aunque eso tal vez resultara más difícil.
– Sí, Paco tendría más oportunidades en Inglaterra. A no ser que lleguen los alemanes, que también podrían venir aquí. Dicen que éste es el peor momento; pero España tardará muchos años, décadas, en recuperarse de lo que ha hecho Franco. Si es que alguna vez puede recuperarse. -Sofía miró a Harry con asombro-. ¿Y tú te llevarías a Paco, asumirías esa responsabilidad?
– Sí, yo tampoco lo quiero dejar. Creo que le vendría muy bien recibir la atención sanitaria que necesita.
Sofía asintió con la cabeza.
– Debe de haber muchos médicos en Cambridge.
– Montones. Si pudiéramos sacar a Paco, ¿querrías… te querrías casar conmigo? Tú… no has dicho lo que piensas al respecto. Si… si no quieres…
Sofía lo estudió.
– ¿Aceptarías una vida conmigo y con Paco? ¿Sabiendo cómo es Paco?
– Sí, claro. Es la única responsabilidad que ahora me interesa. Sofía, ¿quieres casarte conmigo?
Sofía se levantó y se acercó a él. Se arrodilló y lo besó, después separó la boca de la suya y lo miró sonriendo.
– Sí, sí quiero. Aunque no sé si estás loco.
Harry soltó una sonora carcajada de alivio y alegría.
– Puede que un poco, pero quiero estarlo. Me he pasado el día entero pensando en qué hacer, desde que me dijeron que me iban a mandar a casa…
Ella se inclinó hacia delante y apoyó un dedo en sus labios.
– Algo se te ocurrirá, seguro. Sí, Harry, me casaré contigo.
– Ya sé que nos conocemos desde hace sólo unas pocas semanas, pero en los tiempos que corren hay que aprovechar las cosas buenas mientras se pueda.
– Han sido las mejores pocas semanas de mi vida. -Sofía se arrodilló a su lado en el suelo y él se inclinó para abrazarla-. Tenía que pensar en Paco -dijo Sofía-, no podía abandonarlo, ¿comprendes? -Su voz se convirtió en un susurro-. Es lo único que he podido salvar de todas las esperanzas que antaño teníamos.
– Lo comprendo, Sofía. Quizás en Inglaterra puedas volver a estudiar para médico.
– Antes tengo que aprender el inglés. Y eso será muy duro. Pero estoy dispuesta a todo, siempre y cuando sea contigo. Y pensar que no nos habríamos conocido de no ser por Enrique. -Sofía meneó la cabeza-. Qué casualidad tan frágil y extraña.

 

La prostituta que, al principio, Harry había tomado por espía se encontraba en el Café Rocinante cuando él se presentó en el local a la tarde siguiente. Sandy aún no había llegado. La mujer estaba sentada a su mesa del fondo del local en compañía de un hombre de negocios gordinflón que hablaba español con fuerte acento alemán. El hombre presumía del dinero que había ganado desde su llegada a España y de la cantidad de tratos que había cerrado. La mujer sonreía y asentía con la cabeza, pero la expresión de su rostro era distante. Permanecía sentada en ángulo recto con respecto a la mesa y exhibía unas piernas bien torneadas a pesar de su edad. Harry vio que se había pintado una raya en la parte posterior para simular que llevaba medias de nailon; pero, por la manera en que la luz se reflejaba en sus piernas, se veía que no llevaba ningún tipo de media. Debía de morirse de frío, caminando por la calle entre la nieve.
El alemán vio que Harry lo estaba mirando y arqueó las pobladas cejas. Harry tomó asiento lo más lejos posible de ellos. Una ráfaga de aire frío le azotó el rostro cuando se abrió la puerta y entró Sandy. Llevaba un grueso abrigo negro y un sombrero de ala flexible y tenía los hombros cubiertos por una fina capa de nieve, pues acababa de ponerse otra vez a nevar. Mientras esperaba allí, sabiendo lo que Sandy había hecho, Harry se preguntó si sentiría miedo cuando lo volviera a ver; pero la verdad es que sólo sintió rabia y repugnancia.
Sandy se acercó a la mesa y se detuvo un momento para intercambiar unos comentarios acerca del tiempo con un conocido. Harry levantó un brazo para llamar al viejo camarero que se encontraba de pie en un rincón, charlando con el limpiabotas. El chico era nuevo; puede que el anterior se hubiera ido o se hubiera muerto de frío en la puerta de algún otro local.
– Hola, Harry -dijo Sandy, tendiéndole la mano. Tenía los dedos helados.
– Hola. ¿Café?
– Creo que mejor chocolate en un día como éste. -Sandy miró al camarero que se acercaba a toda prisa-. Un café con leche y un chocolate, Alfredo.
Harry estudió el rostro de Sandy. Sonreía cordialmente como siempre, pero su aspecto era tenso y cansado. Encendió un cigarrillo.
– ¿Qué tal van las cosas? -le preguntó.
– No tan bien como antes. ¿Qué es este asunto tan urgente? Estoy intrigado.
Harry respiró hondo.
– Pues resulta, Sandy, que comenté en la embajada que un amigo mío inglés tenía ciertos problemas con sus negocios. Hay un par de personas que tendrían mucho gusto en hablar contigo. Quizá les podrías hacer un trabajo.
Sandy lo miró con dureza. Casi se podía escuchar el ruido de las ruedas de los engranajes al girar. Sacó un cigarrillo de la pitillera y lo encendió.
– Eso me suena a servicio secreto -dijo en tono cortante. Santo Dios, qué rápido era. Harry no contestó, y Sandy entornó los ojos-.
¿Son espías? -Sandy se detuvo y emitió un pequeño jadeo de asombro-. ¿Eres un espía, Harry? -preguntó en voz baja. Dudó un instante y añadió-: ¡Santo cielo! Lo eres, ¿verdad? Supongo que lo de la traducción es una buena tapadera. ¿Has estado revolviendo las papeleras de Franco? -Rió con incredulidad, miró a Harry y se volvió a reír.
– Ahora mismo no te puedo decir nada más, Sandy, lo lamento. Es que… he visto que las cosas no te estaban yendo demasiado bien y me gustaría echarte una mano. -Con qué facilidad le estaban saliendo las mentiras-. Sólo una reunión de tanteo con un par de personas de la embajada, sin compromiso.
– Supongo que me quieren contratar, ¿verdad? -Sandy siguió hablando con el tono reposado que había estado utilizando hasta aquel momento. Apareció el camarero y Sandy tomó la bandeja que éste sostenía en sus manos-. Ah, muy bien, Alfredo. ¿Azúcar, Harry? -Se entretuvo un buen rato en organizar las consumiciones, buscando tiempo para pensar. Se reclinó en su asiento, exhalando una nube de humo, y después le dio a Harry un juguetón puntapié en la espinilla-. ¿Seguro que no me puedes decir nada más, muchacho?
– Lo siento.
De repente, un espasmo, una expresión de angustia se dibujó en el rostro de Sandy y éste miró a Harry con los ojos muy abiertos.
– ¡Dios!, supongo que eso no tendrá nada que ver con el oro, ¿verdad?
Por primera vez, Harry experimentó una sacudida de temor.
– No te puedo decir más.
Sandy volvió a reclinarse en su asiento. Procuró que su semblante no dejara traslucir la menor emoción, pero no pudo borrar la angustiada expresión de sus ojos.
– Se rumorea que la embajada británica está llena de espías -espetó-. Hay más espías allí que en ninguna otra embajada, exceptuando la alemana. Y no es que yo haya estado en la embajada alemana, pero conozco a gente que sí. Tengo entendido que Hoare está furioso porque Franco le sigue diciendo que está demasiado ocupado para recibirlo, mientras que Von Stohrer entra y sale de El Pardo y se pasea por allí como Pedro por su casa. -Harry no contestó. Sandy respiró hondo-. En fin, parece que estamos en tiempo de cambios. Mi hermano ha muerto, ¿sabes?
Harry levantó la vista.
– ¿De veras? Lo siento.
– Recibí una carta hace una semana. Estaba en Egipto, una granada italiana alcanzó su tienda. -Sandy esbozó una sonrisa irónica-. Probablemente apuntaba contra Archibald Wavell… muy propio de los italianos, haberle dado al capellán por equivocación.
– Lo siento, Sandy. Es una mala noticia.
Sandy volvió a encogerse de hombros.
– Llevaba años sin verlo. Nunca me llevé bien con Peter, tú lo sabes.
– ¿Te escribió tu padre?
– No, un viejo amigo mío lo leyó en el periódico y me envió una carta. Mi viejo y querido padre no me escribiría aunque supiera dónde estoy. Me ha borrado, estoy destinado a acabar en el fuego del infierno. En cambio, Peter estará en el Cielo, a salvo en los brazos de Dios. -Sandy soltó una amarga carcajada-. Te veo un poco incómodo, Harry. Tú no te creerás todas estas idioteces religiosas, ¿verdad?
– No. Y menos después de todo lo que he visto aquí.
Sandy se reclinó contra el respaldo del asiento, dando caladas al cigarrillo con semblante pensativo; después soltó una áspera y amarga carcajada.
– A veces, todo parece muy divertido.
– ¿A qué te refieres?
– A la vida. La muerte. Todas estas imbecilidades. Fíjate en aquella puta de allí, con sus medias de nailon pintadas. Miles de años de evolución nos han llevado hasta aquí. Muchas veces pienso que los dinosaurios eran más emocionantes. Duraron ciento sesenta millones de años. -Sandy apuró su taza de chocolate-. Tú me has estado espiando durante todo este tiempo, ¿verdad, Harry?
– Ya te lo he dicho, de momento no te puedo contar nada más.
Sandy meneó la cabeza.
– Yo buscaba tu aprobación, ¿sabes? Lo mismo hacía en Rookwood. No sé por qué. Me pareció muy raro que regresaras aquí. Muy raro… -La mirada de Sandy se perdió un momento a media distancia y, después, éste volvió a mirar a Harry con dureza-. Quería ayudarte a ganar un poco de dinero, tú lo sabes. Mi viejo amigo Harry. Peor para mí, ¿eh? -Harry no contestó; no tenía nada que decir. Sandy hizo un gesto afirmativo con la cabeza-. Iré a ver a tus amigos del servicio secreto. ¿Tienes el número? -Empujó su cajetilla de cigarrillos hacia Harry. Éste anotó el número que lo conduciría hasta Tolhurst. Sandy se lo guardó en el bolsillo y después esbozó una extraña media sonrisa, torciendo la boca-. A lo mejor, tengo una noticia que los deja de piedra.
– ¿Cuál?
Sandy inclinó la cabeza.
– Ya lo verás. Por cierto, no le he comentado a Barbara lo de mi hermano. No quiero que se ponga a llorar. Tú tampoco le digas nada, si la ves.
– De acuerdo.
– ¿Sabe que eres un espía, Harry?
– No. No sabe nada, Sandy.
Sandy asintió con la cabeza.
– Por un momento, me he preguntado si no sería eso lo que le ocurre. -Volvió a esbozar la extraña media sonrisa de antes-. Qué curioso, cuando era pequeño quería ser bueno. Pero nunca supe muy bien cómo hacerlo. Y, si no eres bueno, los buenos se te echan encima como fieras. Por consiguiente, más te vale ser malo. -Contempló un momento la taza vacía y después alargó la mano hacia el abrigo-. Muy bien. Vamos allá.
Ambos se encaminaron hacia la puerta. Sandy apartó al vendedor de cigarrillos con un gesto de la mano. Se quedaron en la puerta… la nieve seguía cayendo y los ventisqueros se amontonaban contra los muros de los edificios. Al otro lado de la calle, la gente, arrebujada en sus abrigos, bajaba las gradas de un templo al término de una ceremonia religiosa, mientras que un sacerdote estrechaba la mano de los feligreses en la entrada.
Sandy se puso el sombrero.
– Bueno, ya estamos otra vez con la nieve.
– Pues sí.
– Procura que no te sorprendan revolviendo papeleras. Nos vemos, Harry. -Sandy dio media vuelta bruscamente, envuelto en su abrigo. Harry respiró hondo y salió bajo la nevada para ir a decirle a Tolhurst que la presa había mordido el anzuelo.
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